Miembros de las comunidades negras advierten que no todos son herederos de los palenques. Hoy todavía luchan por mantener su identidad y vencer siglos de discriminación.
La presencia de la población negra, afrocolombiana, raizal y palenquera en el país se remonta a la llegada de hombres y mujeres provenientes de África como esclavos. Los ancestros de estas comunidades fueron traídos masivamente como mano de obra para labores que requirieran permanentemente de considerable fuerza muscular, ya fuera en los entornos domésticos de las casas y haciendas señoriales o en la agricultura y la minería.
En esto coinciden Fermín Herrera, Abel Cañate, Vicente Herrera y Nemesio Cassiani, veteranos vecinos del barrio El Valle, quienes llegaron de San Basilio de Palenque (Bolívar) en busca de mejores oportunidades de vida.
Recuerdan que a su llegada en los años 50 se ubicaron en el Barrio Abajo y, poco a poco, fueron extendiéndose a barrios de creación más reciente, por lo general habitando en precarias casas de madera construidas por ellos mismos con muy escasas comodidades.
“Éramos tan pobres, que no teníamos nevera sino ‘porrón’ (vasija de barro) para mantener el agua fresca”, dice Nemesio Cassiani, quien primero realizó labores de jardinería en casas de familia y luego logró acceso a la industria, donde laboró en oficios varios. Así pudo sacar adelante a sus trece hijos.
Vicente Herrera recuerda cuando ‘palenquero’ era un término peyorativo. A sus 16 años, decidió venir a Barranquilla a escondidas, con un tío. Y el primer trabajo que consiguió fue también en jardinería. Tres meses más tarde, su padre vino a buscarle y se lo llevó nuevamente a Palenque.
“Al año, regresé escondido otra vez, pero esta vez quise trabajar en una empresa. Busqué a un paisano para que me ayudara, pero lo que me ofreció fue limpiar un solar y le dije: yo vengo de mi pueblo de tirar machete y eso no lo voy a hacer más”.
Así que Vicente buscó empleo, y lo consiguió en la fábrica de bombillas, donde laboró por 20 años y consiguió su jubilación.
Según el censo Dane 2005, en Barranquilla residen 146 mil afrocolombianos. Pero según miembros de la comunidad, hoy pueden rondar fácilmente los 300 mil.
Ronald Valdés, dirigente de la comunidad Afrocolombiana, fija el comienzo de la presencia del colectivo Afro en el mismo periodo fundacional de la ciudad: “El primero de enero de 1592, en la plaza de San Nicolás de lo que hoy es Barranquilla se liberaron esclavos. En algunas décadas del siglo pasado, comenzaron a llegar provenientes de Maríalabaja y de Palenque. Poblaron el barrio Abajo y luego se establecieron en sectores del suroccidente como El Valle, Bajo Valle, Nueva Colombia, Sourdis, Carlos Meisel, Me Quejo, La Esmeralda El Bosque, San Felipe, El Carmen, Barlovento, Montecristo y barrio Abajo”.
Para Valdés, la exclusión del desarrollo económico, cultural y social del colectivo afro determina el abultado grado de desigualdad social que padece hoy en día en Barranquilla y en el resto del país.
Una de las consecuencias de esta desigualdad se refleja en la precaria informalidad laboral, a pesar de que en los últimos años se haya avanzado en el acceso a la educación superior, en la profesionalización y en la tecnificación.
El sector educativo es uno de los que ha ofrecido algo de diversidad ocupacional al colectivo afrodescendiente, en parte gracias al surgimiento de la etnoeducación. También se nota una cualificación cada vez mayor entre los miembros del colectivo contratados por el sector empresarial. Sin embargo, en algunos sectores como el financiero la presencia afro es casi nula.
En el mercado hay muchos afros que se dedican a la venta informal y callejera. Entre las mujeres palenqueras, la comercialización de culinaria típica ha sido una actividad tradicional de sostenimiento.
(Ana María Herazo hace las trenzas desde los 13 años) .
Es por esto que la comunidad afro aporta una significativa parte de ese 40% de pobreza que según un estudio del Banco de la República publicado en 2011 existe en Barranquilla y Soledad.
“Ese es nuestro reto: Lograr que el Estado colombiano honre los compromisos del milenio en cuanto a la promoción y defensa de la biodiversidad cultural. Nuestra gente ha entendido que el racismo es un tema mucho más profundo cuando se le suman los altos niveles de desempleo y marginalidad”, asegura Valdés.
Sostiene que existe en estos momentos a nivel local una tarea y una lucha por lograr una política pública que trascienda los gobiernos de turno y contenga garantías, derechos, acciones y obligaciones del Distrito como estrategia para superar la situación del agudo atraso.
María Victoria Herrera, gerente del área mujer de la organización ‘Angela Davis’ y presidenta de Mujeres notables de Barranquilla, insiste en la necesidad de invertir en formación para que los afros no se desempeñen solo en los oficios no calificados ofertados por empresas de servicios públicos.
“Sólo así tendremos presencia en esta ciudad y en el país. Necesitamos estar en los espacios de toma de decisiones y esto se gana a través del conocimiento y de la reafirmación de la identidad”, dice la líder étnica.
“Aspiramos a que con la implementación de la política pública para la población Afrocolombiana se empiece a saldar esa deuda histórica que el país y el mundo tienen con esta población, y que haya realmente una política que conlleve al desarrollo de nuestras comunidades”, expresó.
Achaca buena parte de la culpa del retraso actual a la invisibilidad a la que han estado sometidos y “a ese trato de ciudadanos de tercera categoría que siempre hemos recibido”.
Cree que visibilidad deseada definitivamente va mucho más allá de trabajar en las manifestaciones folklóricas, del baile y la indumentaria o del maquillaje.
“Hay que recordar que somos una comunidad de hombres y mujeres que a través de nuestro pensamiento y de nuestras ideas hemos aportado a la construcción de la ciudad”, puntualizó.
28 años haciendo bollos
Hace 28 años, Nora Herrera, residente en el barrio El Valle, se dedica a la elaboración y venta de bollos. “Aprendí con mi vecina, aunque mi mamá fue bollera, pero cuando yo nací ya ella no hacía bollos. El primer proceso es ir al mercado a buscar la mazorca. Después, viene la ‘espeluzada’, el corte, la molida y la amasada. Luego, empezamos a hacer el bollo para envolverlo en la tusa. Se ponen a hervir y cuando están listos salimos a vender. Generalmente, hago 100 bollos diarios”. Dice que siente orgullosa por realizar esta labor, que le ha servido para sacar a sus cuatro hijos adelante.“Gracias a esta herencia, con lucha, vivimos dignamente”. Asegura que sus hijos también han aprendido, pero como estudiaron se dedican a otras labores, aunque siempre la ayuden.