En la mañana del jueves Pablo Montoya estaba escribiendo su nueva novela, hizo una pausa, miró el correo electrónico y había un mensaje de Roberto Fernández Retamar, el presidente de la Casa de las Américas, diciéndole que se había ganado el premio Casa de las Américas en la categoría Narrativa por su libro Tríptico de la Infamia.
Quedó sorprendido. No sabía, no había pistas siquiera, porque es un premio honorífico en el que no se envía postulación, sino que ellos leen obras publicadas y se lo entregan al escritor.
Se emocionó, incluso sin saber las razones y sin conocer al jurado, porque el correo solo decía que a las 7:00 de la noche del jueves darían la noticia. También lo felicitaba.
El premio lo alegra mucho, no solo porque suma un tercer galardón internacional a su carrera, en 2015 el Rómulo Gallegos y en 2016 el José Donoso, sino además porque lleva el nombre de ese escritor que tanto admira, José María Arguedas. Un autor peruano, explica, que le gusta mucho, con una novela maravillosa, Los ríos profundos.
Luego está que es un premio que lo va acercar a Cuba y al Caribe, y la historia de Tríptico de la Infamia no está lejos, porque la primera parte transcurre en El Caribe.
La felicidad sigue porque Cuba es la tierra de Alejo Carpentier, ese escritor al que le dedicó tantos años de su vida y que incluso hizo una tesis sobre él.
Por supuesto, igual por los otros que ya han recibido el premio: Eduardo Galeano y Ricardo Piglia. Con Piglia ha coincidido en los otros dos. Él ya se los había ganado.
Muy feliz, en fin, y muy agradecido con Tríptico de la Infamia, esa novela que tal vez no sea la más querida, pero sí la que lo llevó a ser un escritor reconocido, que lo tiene viajando, conversando de literatura, haciendo que muchos más lean sus libros.
Pablo se siente un escritor joven, y sabe que estos galardones han llegado en un buen momento.
Su vida de escritor ahora tiene un tríptico, no de la infamia, menos mal, sino de premios.